Somos una raza muy común. Mujeres ya adultas pero que crecimos siendo las consentidas de papá, las “hijas de papi” lo seguimos siendo per secula seculorum… No importa la edad que tengamos, no importa lo que suceda en nuestras vidas nuestro papá siempre nos verá como “la niña” que nunca creció. La que tiene que seguir protegiendo y vigilando, a la que le da consejos y hasta dinero de vez en cuando.
Por eso a nosotras nuestras hijas no nos engañan… con sus caritas de “yo no fui”, su tono dramático y lágrimas de cocodrilo cuando van a pedirle algo a papi. Sabemos perfectamente que este procedimiento es una clara y abierta forma de manipulación que las “hijas de papi” de alguna manera sabemos aprovechar. Pero ojo, no lo hacemos de manera conciente. Viene intrínseco. Es más me atrevería a decir que es genético y se estimula desde que somos pequeñas. Sabemos que un besito, una sonrisa, o una palabra pueden hacer que papi se derrita ante nuestras peticiones. Por eso no hay nadie como papá para nosotras. Y dicen los expertos sicólogos que muy seguramente nosotras, “las hijas de papi”, siempre terminamos casándonos con un hombre de características parecidas a nuestro papá. Cosa que no se me hace descabellada. Muchas veces mi esposo me sale con comentarios o cosas que me dejan pensando “mi marido es la versión rusa de mi papá”. Tiene sentido.
Ahora, si hay algo peor y más manipulador que una “hija de papi”, son las hijas de estas hijas. Porque si papi me quería bajar la luna y el sol, a mi hija, su abuelito le quiere dar el universo entero. Y ella lo sabe. Estas inocentes nietas son millones de veces más consentidas de lo que fueron sus mamás. Saben que son el centro del universo de ese abuelito que abandona cualquier principio y regla para darle gusto a su nieta. Para las nietas no existe un “no” por respuesta. Por eso no se alarme si después de un fin de semana con el abuelo su hija no quiere dormir temprano, solo quiere comer golosinas o se rebela ante sus reglas. Cosa que en parte también aplica para los nietos varones. Con ellos es diferente, porque la que los consiente de manera sobre natural es la abuela… pero esa es otra historia y puede llegar a ser peor.
Ahora veo en Eva, mi hija, un espejo. No solo en los rasgos que compartimos, pero cuando ella ve a su papá con ese amor, esa alegría, esa adoración puedo verme a mi misma a su edad. No hay duda que para nosotras el primer amor es nuestro papá. Un amor que uno nunca olvida, que se afianza con los años. Siempre acudo a mi papá para todo. Y me muero de ternura cuando lo veo con mi hija. Soy feliz y afortunada de ser una “hija de papi”. Fui la princesa del castillo, la intocable. A mi padre le debo los mejores consejos, los mejores ejemplos. Porque para sostener su castillo y darme esa vida de princesa ha tenido que trabajar duro, sacrificar mucho. Me enseñó a perseguir mis ideales y hasta a defenderme, porque aún sintiendo que nadie jamás iba a protegerme como él, sabía que un día yo iba a abandonar el reino y tenía que defenderme sola. Entonces me enseñó a luchar y a no dejarme vencer por los obstáculos que estaba seguro la vida me iba a imponer. Y lo que es mejor, todavía sigue dándome lecciones de vida. Mi hija ya me ha quitado el trono y su posición de “hija de papi” y “nieta consentida” es cada vez más fuerte. Con sus ojos domina a la perfección la voluntad de su padre y de su abuelo. Esto me hace sonreír y aunque sé que la mano dura la tendré que poner yo, que seré yo la mala del cuento por muchos años, me hace feliz verla feliz. Y me da risa ver a mi esposo rendido a sus pies… Me acuerdo cuando me decía que eso jamás le iba a suceder. Que si él tenía una hija jamás iba a caer en su manipulación… pero solo basta que ella lo mire para que él le de lo que ella pide. No los juzgo, para mi fue igual. Ahora veremos qué pasa cuando venga el niño que estoy esperando… porque según lo que he visto “los niños de mami” también son una pieza de trabajo… lo dejaré para otro post futuro.
