Los hijos vienen al mundo para convertirse en los más increíbles maestros de sus padres. Lo digo porque las más grandes lecciones en mis 36 años de existencia las he aprendido en los últimos 5 años siendo mamá. Eva ha sido una gran maestra desde antes de tenerla en mis brazos. Su independencia hoy a sus 4 años y medio de vida me avasalla sin clemencia cada vez que puede. La última vez que lo experimenté fue el día en que se despidió de mi para irse a pasar un verano con la familia de mi esposo, en otro país, en otro continente, en otro horario…
Durante meses me engañé pensando que yo la estaba preparando para su viaje. Pero no. Era ella quien me estaba preparando a mi para una lección muy importante. Le hablaba todas las noches de que iba a estar un tiempo sin mi. De cómo tenía que comportarse. De qué debería hacer en caso de esto o aquello. Ella escuchaba en silencio, absorbiendo información como una esponja. Cuando pensaba en la fecha de su partida me iba a llorar encerrada en el baño. Siempre dudando de haber aceptado la propuesta del viaje a tan corta edad. Recibí muchas críticas en un principio porque las mamás somos muy prejuiciosas y sabía que muchas de mis amigas mamás no estaban de acuerdo con mi decisión. Aunque no me lo decían en la cara, podía notar en sus miradas o en su tono de voz el “Paola está loca”. Después de todo, hoy no me arrepiento de haberla dejado ir.
Lloraba pensando en ¿qué pasará si se siente mal y quiere regresar? ¿Y si se enferma? ¿Y si algo le pasa? En realidad lo más aterrador era pensar en cómo me iba a sentir yo, sin su compañía y sin verla por tantos días. Primera lección. Los padres entramos en shock cuando nos damos cuenta de que los hijos nos son realmente nuestros. Cuando caemos en cuenta de que los vemos como una posesión cuya misión es hacernos felices. Sin embargo, los trajimos al mundo para que ellos sean felices, sin importar si su felicidad significa estar o no a nuestro lado, o si lo que hacen no nos complace. Creo que entre más temprano en el trayecto de sus vidas nos demos cuenta de esto mejor para todos y así podemos ayudarlos a que luchen por su felicidad sin obligarlos a que luchen y vivan por la nuestra.
El día en que se fue, Eva estaba absolutamente feliz. Su felicidad es mi felicidad al fin y al cabo, por eso no quería que me viera llorar. Agarró su maletín (de Frozen por supuesto) su oso de peluche y su cobija. Segunda lección. Los niños tienen una maravillosa manera de ver la vida sin noción del tiempo y sería igualmente maravilloso que los adultos aprendiéramos de ello. Eva me decía, -“mami no te preocupes que te voy a ver mañana”. Para ellos mañana puede ser realmente al otro día o esa misma tarde o quizá en una semana o más. No saben acerca de contar los días y los meses. Solo saben que “mañana” viene después. Por eso viven en el momento sin esperar el futuro y disfrutan tanto la vida y la experimentan con fuerza. Cuando es rabia es rabia de querer acabar con todo. Cuando es felicidad es plena sin parar de carcajearse. Luego me dio un beso, y hasta me secó las lágrimas que no pude contener por más que quise. Se fue con su papá sonriente y emocionada. Yo me quedé mirando por la ventana hecha un mar de lágrimas pues no fui capaz de ir a despedirla al aeropuerto. Y ahí entendí que algún día se va a ir de verdad. Tercera lección. ¿Entonces para qué quiero que crezca rápido?
Las mamás nos quejamos todo el tiempo de la etapa que viven nuestros hijos pensando en que en el futuro las cosas serán más fáciles. La verdad es que cada edad tiene sus características y cada etapa sin dudarlo representa un reto. Cuando veo una madre con un bebé en brazos suspiro y siento la tranquilidad de que ya pasé por esa etapa. Es la misma mirada que me lanza la mamá con sus hijos en la pre adolescencia cuando me ve salir corriendo detrás de Erik como una loca esquizofrénica mientras Eva comienza a gritar que no le gusta lo que lleva puesto. Y esa mamá la mira aquella con sus hijos adolescentes pensando “no sabe lo que le espera”, mientras que la que se ha quedado con el nido vacío añora tener a sus hijos otra vez destruyendo la casa. Falta mucho para que Eva se vaya realmente de mi lado. Entonces mientras tanto atesoraré cada momento de sus años preescolares y de los terribles dos de su hermano menor, así tenga que volver a encerrarme a llorar en el baño de vez en cuando…
Los dos meses siguientes pasaron lento. Siempre estuvimos en contacto, hoy en día hay muchas maneras de estarlo. Por supuesto, tanto ella como yo tuvimos momentos en que nos extrañamos hasta llegar a las lágrimas. Pero eran momentos que iban y venían cada vez con menos frecuencia. Tuve la oportunidad de estar a solas con mi hijo menor. El segundo casi nunca tiene esa posibilidad. Siempre tiene que compartir, no solo la ropa, sino la atención y el tiempo. Por ese corto tiempo pude darle lo que solo le había dado a Eva hasta el momento. Cuarta lección. Me di cuenta además de lo distinta que es mi relación con mi hija de la que tengo con mi hijo. Y dolorosamente acepté que me he equivocado. Al extrañarla tanto y sentir su ausencia pude comprender que también he sido dura con ella, más de lo que soy con mi hijo. Tal vez porque las mamás queremos que nuestras hijas sean fuertes, que se defiendan solas, que no sean sumisas y no dependan de nadie. Los niños en cambio, se convierten en el pequeño novio de mamá. Niños a los que alimentamos de dependencia y consentimientos porque desde que nacen se enamoran de nosotras y todas las mamás sabemos que ese amor incondicional tiene tiempo de caducidad. Hay que aceptar que son dos tipos de relación distintas que nada tienen que ver con favoritismos. Es algo más de naturaleza humana y de cómo nos comportamos con el sexo opuesto.
Tuve también un poco más de tiempo para mi. Quinta lección. Una mamá jamás debe sentirse culpable por querer y permitirse sus momentos de soledad, y dejar que sea ella misma quien decida qué hacer con el tiempo en el cual no es solamente mamá.
Así poco a poco se acercaba la fecha para verla y yo me llenaba de ansiedad. ¿Qué cambios tendrá? ¿Habrá crecido? ¿Qué habrá aprendido? ¿Me lo contará todo? Eva tuvo que llegar a una nueva casa. Durante su estadía afuera, a mi esposo le salió un nuevo trabajo en una nueva ciudad, en otro estado. Me preocupaba que tanto cambio le afectara. Pensaba que iba a ser una pesadilla adaptarnos a tantas cosas. Sexta lección. Los niños enfrentan los cambios con gran entereza. Algunos se asustan, otros se emocionan con él. Pero al fin y al cabo encuentran la manera de seguir disfrutando de la vida en el ahora y con lo que trae. La diferencia entre un niño y un adulto es que el niño no tiene opción. Se adapta porque le toca pero pone pocos peros. Los niños no deciden el cambio pero cuando entienden las posibilidades que trae lo aceptan y hasta lo disfrutan. Los adultos le huimos a él porque sabemos que si queremos podemos quedarnos en nuestra zona de confort. ¿Pero qué conseguimos con eso? Si enfrentáramos los cambios con los ojos de niño las cosas serían más fáciles. Ver las nuevas posibilidades, los nuevos colores, los nuevos amigos, las nuevas experiencias como algo excitante y dejando volar nuestra imaginación… En mi caso tengo la fortuna de que Eva es la persona que más fácil se adapta a los cambios en toda la familia. A Erik le cuesta un poco más. El día que llegó estaba sonriente. Me dio un beso y nos abrazamos por un largo tiempo. Y fue como si no se hubiese ido. Recorrió los nuevos cuartos y hasta me dio ideas para decorar el suyo. Durmió tranquila en mis brazos y yo volví a tener mi vida completa.
No quiero hablar en este post de todo lo que mi hija aprendió en su estadía. Eso es tema para otra ocasión. Pero puedo decir que fue una experiencia increíble para ella. En cuanto a lo que yo aprendí, más allá de todas las lecciones, lo más lindo fue el saber que traiga lo que traiga la vida nos tendremos así la una a la otra. El lazo que une a una madre con su hija es algo muy difícil de describir con palabras. Si Dios nos lo permite, nos haremos mutuamente felices durante muchos años. Seré su guía de vuelo pero jamás le cortaré sus alas. Porque a donde quiera que vaya ella sabrá siempre que su refugio, su nido, lo encontrará bajo las mías.