Si el mundo de la maternidad fuera Westeros (Poniente en su versión en español), creo que Juego de Tronos no duraría ni siquiera un capítulo porque entre nosotras las mamás ya nos hubiésemos decapitado.
En el reino de las mamás que se quedan en casa, la reina andaría en pantalones de yoga gritando que son las mejores porque prestan toda la atención a sus hijos mientras el resto son una partida de madres desnaturalizadas. Las que trabajan por fuera, tendrían a una alta ejecutiva al mando diciendo que las demás son unas madres holgazanas que no hacen absolutamente nada y que tienen todo el tiempo del mundo por lo que deberían ser ejecutadas. Y las que logran hacer las dos cosas medio tiempo, tendrían una reina vestida de jeans hablando en otro idioma y andando de lado a lado con una traductora al mejor estilo de Khalessi, diciendo que no puede entender de qué es lo que se jactan las mamás de otros reinos cuando son únicamente ellas quienes en realidad saben lo que es dividir su tiempo.
¡Me harté! Me harté de tanto artículo de cómo balancear la vida laboral y el hogar, de que nos comparen como si fuésemos dos boxeadores en el ring (en esta esquina las stay-at-home–moms y en esta otra las que trabajan), me harté de que todos los días los medios nos bombardeen con mensajes de cómo ser la mamá más feliz del mundo escritos por gente que no tiene la más remota idea de ser mamá, de que todo el mundo dé consejos de maternidad cuando no son solicitados y de que todas estemos compitiendo por liderar un reino que NO existe. Me harté de frases como: “Yo que sí trabajo…”, “Tu que Sí tienes tiempo puedes…” (¿tiempo?), frases que prácticamente escucho a diario por ser una mamá en casa que siente que tiene que justificar su decisión a cada una de sus amigas las 24 horas del día, como muy seguramente algunas mamás en otra posición estarán hartas de que las juzguen por no tener tiempo con sus hijos, o por dedicar tiempo a sus carreras.
Esto no es ni una competencia ni una batalla. Aquí todas tenemos retos y dificultades. Ninguna es mejor que otra. Ninguna sabe lo que en realidad la otra mamá vive, piensa y siente, y lo que es peor, ninguna sabe lo que la otra mamá en realidad hace. Tampoco tenemos por qué justificarnos las unas con las otras con vergüenza. Todo lo contrario. Deberíamos apoyarnos, entendernos, solidarizarnos con las demás, porque ninguna de nosotras la tiene fácil. Deberíamos dejar de competir por quién es el hijo más inteligente y el mejor portado, o quién habla primero, quién dejó ya los pañales. Deberíamos dejar de mirar con compasión y cara de lástima a la mamá que vemos encartada en el Target con la pañalera, el coche y el bebé que no para de llorar, o la que anda detrás del hijo de año y medio corriendo como una loca en la fiesta infantil, y mejor correr en su ayuda o aunque sea darle un abrazo (muchas veces esto es lo único que una mamá necesita).
A todas nos ha pasado. La pataleta en público, la pelea con la pareja porque la dinámica de la relación es distinta cuando llegan los hijos, las ojeras por las trasnochadas, la mirada de juez de aquellas que aún no son madres, el desorden diario, la acumulación de platos y ropa sucia, la falta de memoria, entre muchas otras cosas. Todas tenemos ese sueño que ya no podremos cumplir o que tenemos que postponer quien sabe cuanto tiempo por el hecho de ser mamás, todas hemos llorado en el closet, o nos hemos cuestionado alguna decisión mirando para el techo en la mitad de la noche. TODAS. Y algo en que sí estamos de acuerdo, es que cualquier cosa que hayamos tenido que hacer, o dejar de hacer, ser mamás es lo más maravilloso y no lo cambiaríamos por nada en el mundo, y todo absolutamente todo vale la pena.
Deberíamos formar una hermandad, o mejor aún una cofradía en donde nos celebráramos las unas a las otras cada pequeño y gran logro, desde la primera noche en que el bebé duerme más de 6 horas hasta el nuevo puesto de VP que tanto le costó a esa mamá. Una cofradía en donde pudiéramos empoderarnos en vez de demeritarnos. No se preocupen, estoy en eso. Por lo pronto las invito a hacer un juramento de no volver (o por lo menos intentar no volver) a juzgar, ni a criticar ni a cuestionar ninguna decisión o acto de otra madre, al menos en los cánones normales, porque jamás podremos estar en los zapatos de otra. Ahora que cada quien vea cómo cría a sus dragones y recuerden que aunque todas tenemos una Khalessi adentro, no hace falta que nos vayamos a la guerra.
¿qué opinan?