Te explico por qué no debería ser así y qué puedes hacer para evitarlo.
En algún tiempo, cuando mi monstruo de la ansiedad me controlaba por completo, existieron millones de situaciones “vergonzosas”. Más de una vez llamé al 911 al rescate cuando pensaba que estaba al borde de la muerte. Una vez me desmayé en un avión. No puedo contar cuantas veces lloré en lugares públicos sin razón aparente o las que tuve que salir corriendo de restaurantes llenos de gente, entre muchas otras cosas. Y sí, luego de cada uno de estos episodios, lo único que podía sentir era una total vergüenza. Quería que me tragara la tierra. ¿Pero qué podía hacer?
Por años estos episodios hicieron que yo callara mi ansiedad precisamente para evitar esa vergüenza post-episodio. Luego me di cuenta que este era un círculo vicioso, que en vez de ayudarme a encontrar maneras de sanar estaba alimentando al monstruo aún más y más.
Un día escuché a la autora Brené Brown y sus teorías sobre la vergüenza. Hablaba de cómo el temor a vernos vulnerables era lo que desencadenaba ese sentimiento y de cómo al transformar la manera de ver la vulnerabilidad, verla como algo positivo que debemos aprender a escuchar, podríamos evitar sentir la vergüenza. Explicaba cómo la vulnerabilidad era un poder y cómo podemos hacer de ella algo útil. Esto cambió el panorama completamente para mi.
Las mamás cargamos con un exceso de sentimiento de culpa. Y esa llamada a la perfección que la sociedad entabla hacia la maternidad hace que veamos la vulnerabilidad como un tabú, algo que es prohibido para una madre, porque claro. Las mamás tenemos que ser seres perfectos, que tienen todo bajo su control, y que no se equivocan, y que siempre tienen que demostrar seguridad así tengamos que fingirla. ¿Y entonces, qué pasa con nuestra vulnerabilidad? La reprimimos a toda costa hasta que un día explota como una bomba atómica.
Cuando entendí que no tenía por qué dejar de ser vulnerable, que yo era un ser humano normal que siente todo tipo de cosas, y que lo que dicen y piensan los demás de mí no es mi problema, allí dejé de tener vergüenza. Al dejar de sentirla fue más fácil pedir ayuda. El camino a sanar fue mucho más claro y dejé de sentirme aislada cuando encontré otras mamás que se sentían como yo y que callaban su ansiedad por temor a ser juzgadas.
Comencé a hablar sobre el monstruo y así, poco a poco dejé de alimentarlo con mi sentimiento de culpa y vergüenza. Dar este paso significó el comienzo de mi camino de aprender sobre la ansiedad y a manejar el monstruo de tal manera que a pesar de que aún existe en mi vida, por lo menos ya no la controla. Los episodios comenzaron a disminuir y comencé a ver maneras de fortalecerme, prepararme, y nutrir mi salud mental.
Dejar la vergüenza a un lado no curará tu ansiedad. Pero es un primer paso. Habla de ella, infórmate y educa a los demás sobre el tema. Sentirás que se te quita un gran peso de encima y te conectarás con la ayuda que necesitas para poder disfrutar de la vida y de la maternidad como te lo mereces.
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Paola es la autora de The Lake of Miracles/El Lago de Los Milagros, Shorty Tales (Cuentitos), y The Anxious Mom Manifesto: 18 Lessons to Control your Anxiety Monster. Encuentra sus libros AQUÍ
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