Soñar no es tan fácil como parece. De nada vale un sueño cuando no hacemos el intento de luchar por el. Tampoco tiene valor cuando pensamos que nuestra felicidad depende de verlo cumplido, porque realmente la felicidad está en el trayecto que recorremos para alcanzarlo. Requiere de temple, dedicación, sacrificios y hasta abandonos. Pero soñar nos da vida, nos llena de objetivos, nos impulsa a amar lo que hacemos e incluso a quienes nos rodean.
Soñar nos da miedo. Por lo general nunca nos sentimos dignos de cumplir ese sueño que queremos y le tememos a la responsabilidad que nos quedará si llegase a hacerse realidad. Por eso, muchas veces abandonamos los sueños a la mitad del camino. O somos nosotros mismos quienes ponemos esos grandes obstáculos para que llegar a él sea más difícil.
Juzgamos a los soñadores, a los que se atreven a desafiar las reglas. Es la manera que tenemos de justificar ese miedo a soñar. Pero en secreto, los vemos a lo lejos, envidiando ese brillo en sus ojos, su manejo del tiempo y la distancia. El peor error que podemos cometer es pretender que nuestros sueños son los mismos de otros. Eso nos lleva a compararnos con los demás lo cual nos dirige hacia una cruel divergencia, y de repente somos dos: aquel que somos y aquel que pretendemos ser.
A pesar de todas esa implicaciones, vale la pena soñar. Y cada año llegamos a este punto. ¿Qué hicimos con lo que soñamos hace un año? ¿qué haremos con los sueños que tenemos hoy?
Que esta navidad sea ese momento en donde nuevos sueños comiencen a forjarse, o en donde encontremos la energía necesaria para seguir luchando por aquellos que nos hace falta cumplir. Les deseo que tengan esa valentía de soñar y de arrojarse a ser felices en el camino, cualquiera que este sea. Que este año que viene esté lleno de buenos momentos de aprendizaje y que el universo les de la posibilidad de concretar lo posible y lo imposible. Gracias por lo que han aportado a mi vida y a mis sueños.
¡Feliz Navidad y Próspero 2016!