Imagine este escenario: Usted ha tenido que sacar a su hija de tres años del colegio pues no tiene con qué pagarlo. Al mismo tiempo, su secadora se daña. Dos semanas después está usted sin bañarse en medio de la sala. La niña gritando al fondo, el bebé llorando mientras usted contempla como la ropa se ha multiplicado como si fuese un milagro bíblico. De repente entra su marido también en crisis, más de tipo laboral que de cualquier cosa, y de un momento a otro le dice enfáticamente: nos vamos. Usted piensa por unos segundos, las probabilidades son infinitas: Nos vamos acostumbrando a este desorden porque no hay ánimos ni tiempo para arreglarlo. Nos vamos a comer afuera porque aquí ya no se puede vivir. Nos vamos de vacaciones y cuando volvamos nos encargamos de esto. No. Él se refería a irnos de Alabama. Y así sin mayores análisis, después de tres años de vivir en el corazón de Dixie empacamos y nos fuimos de regreso a Atlanta.
Había esperado este momento desde que llegue allí. Nunca pude hacerme a la idea de estar en Birmingham lejos de mi “grupo de apoyo”, es decir, ese grupo reducido de personas que toda mamá necesita para encarar cualquier tipo de situaciones. Desde el principio supe que ahí no quería estar, pero tenía que apoyar a mi esposo cuando se le presentó la oportunidad de trabajar en algo que prometía ser una buena oportunidad. El paso del tiempo nos comprobó que ninguno de los dos era feliz allí por un sin número de razones que no vale la pena enumerar. Tomar la decisión de irnos tampoco fue fácil. Con dos hijos y un perro, hay muchas cosas que hay que pensar antes de hacer un cambio tan radical de la noche a la mañana. No teníamos un plan, ni dinero, nada. Solo esa sensación de desesperación y de saturación de cosas que debíamos desechar. Pero en esos casos desesperados (únicamente en esos casos) solo se puede hacer una cosa, algo comparable a una depilación estilo Brazilian Wax. No se piensa. No hay tiempo para el dolor tampoco. Simplemente la cera se esparce y todo se arranca de raíz, entre más rápido mejor. No hay tiempo de gritar tampoco porque a los pocos segundos otra zona está cubierta de cera y ¡ZAZ!. Hasta que todo queda completamente desolado. Limpio. Libre… Usted no puede comenzar a depilarse, parar y decir, “mañana vuelvo”. Este tipo de decisiones necesitan acción inmediata, o se corre el riesgo de divagar en la idea y perderse en el camino a la decisión.
Tardamos un mes en lograr una mudanza medianamente decente, considerando que la ley de Murphy nos adjudicó dos nevadas en Atlanta de proporciones ridículas, (nada de proporciones históricas). Aún así, pronto nos vimos en una nueva casa, rodeados de cajas, llenos de deudas y preguntas, pero con un nuevo canvas que pintar al frente. No se sabe que es peor. Si el proceso de empacar las cosas o de desempacarlas y organizarlas en el nuevo hogar. Al cabo de un tiempo ya por fin pudimos sentirnos mejor. Estables, en casa, rodeados de la gente que queremos y nos quiere. Sin embargo, esta mudanza y en general los tres años en Birmingham me dieron grandes lecciones que de pronto a usted también le pueden servir:
– Nunca se debe comenzar un cambio con mala actitud. Ese fue mi primer problema cuando nos fuimos a Alabama. Es algo que jamás se supera. Un cambio, una decisión ya tomada, así sea correcta o incorrecta, se debe afrontar con positivismo. Así sea forzado.
– Hay que aprender a llenarse de recuerdos y no de cosas materiales. Lo material se tiene que dejar ir… es difícil, pero una mudanza le da esta oportunidad. No la desaproveche. Así no se mude, si tiene la posibilidad de deshacerse de cosas materiales, hágalo ya.
– La música country no es tan mala como pensé. Ahora la oigo y hasta nostalgia me da de los tres años que viví en Alabama. Este comentario lo hago porque muchas veces nos cerramos a cosas y a personas nuevas solo por pensar que no nos gustarán sin haberlas conocido. Pruebe, haga el esfuerzo, aléjese de prejuicios y sumérjase en la novedad cuando la tiene en frente.
– No mire atrás. O mejor dicho, a lo hecho pecho. Ya no puede cambiar lo que quedó, como tampoco sabrá lo que vendrá. Concéntrese en el ahora que es el único tiempo que existe.
– Desempaque sus cajas lo más rápido posible. Si no lo hace correrá el riesgo de olvidarlas en cualquier rincón y así nunca terminará la mudanza. Aplique la analogía de la depilación con cera. Nada de curitas porque esas no duelen.
– Organización es la clave para su nueva vida. Este tema es mi talón de Aquiles. Me considero la persona más desorganizada. Muchos años me las di de rebelde diciendo que esto era algo que podía controlar. No hablo de una casa en desorden, hablo de desorganización en general, falta de planeación, horarios diferentes, documentos regados hasta en el carro, el desktop lleno de mil y una carpetas con el nombre de “Documentos Paola”. Pero todo poco a poco. Es un proceso y hay que dar pasitos de bebé.
– Disfrute y sonría. Un vino de premio a su esfuerzo después de desempacar es una buena manera de terminar el día. La botella entera déjela para cuando ya haya terminado y alguien le cuide los niños…
– Por último, todo un día a la vez… no pretenda que de la noche a la mañana tenga todo listo. El típico “darle tiempo al tiempo” es lo mejor que puede hacer.
¿Ha tenido usted una experiencia similar? ¿Qué lecciones le han dejado sus mudanzas?